15/12/10

La historia de Pilar (III)

Para darse ánimos bebía cuando no la veían sus hijos. Que dos copas no hacen mal a nadie, al contrario: alientan. Se aplicó a la juerga con el mismo ahínco que a la búsqueda de un empleo que pudiera contarse en la mesa los domingos, aunque ella, los domingos, solía pasárselos comiendo un bocadillo en los Jardines de Palacio, más sola que las ocas. Esto cuando no había caballero que la invitara a comer, y si lo había, pues por qué no a todo lo demás. Reconoce haber obtenido dinero a cambio de sexo, y si bien no se define como prostituta al uso, admite haberse prostituido y también haber enfermado y no haberse alimentado bien durante años. Se lo dijeron en el hospital cuando tuvieron que ingresarla de urgencia por una úlcera intestinal (lo cual le costo una baja laboral con el posterior despido).
Llevaba años subiendo y bajando de peso de forma compulsiva, apuntándose a dietas meteóricas que la hacían bajar cinco kilos en dos semanas, alimentándose a fuerza de patatas bravas, comida de máquina y cañas. Si a esto le sumamos “un no sé qué de tristeza muy rebelde que no sabía como combatir” y los antidepresivos que le recetó el médico tras los cinco minutos de revisión que indica el protocolo, obtenemos el cóctel perfecto para la enfermedad en cualquira de sus formas: “Hoy lo recuerdo como una bruma, yo estaba hecha un cisco pero no me daba cuenta, más bien prefería imaginar cosas que nunca sucederían. Eso me aliviaba”.
Más tarde volvió a salirle un trabajillo, y luego otro. Dos trabajillos, pero siempre que le salía el segundo la dejaban tirada en el primero, todos temporales, sin contar con el maltrato de algún superior y el mobbing que venía incorporado, de forma tácita, en el contrato.
Le cuento que yo sé bien lo que es eso, y en sus ojos noto un destello de ternura. Le explico que la depresión es una enfermedad demonizada, y ella asiente con tristeza. No podía darse el lujo de caer porque estaban los niños, y no podía darse el lujo de subir porque no sabía cómo. De ahí la bruma, ese espacio intermedio entre el desconcierto y la resignación, entre la soledad abismal, el ruido de fondo de las noches de juerga y las colas en una ETT.
Fue el principio del despertar, como coger la punta del ovillo en medio de un cuarto a oscuras. Supo que lo primero que tenía que hacer era ponerse a estudiar: “Vaya, estudiar… con lo burra que había sido yo para esas cosas”. Pero lo hizo. Se sacó el FP y decidió apuntarse a un curso de mediadora intercultural. Dejó de beber y, por hacer algo diferente, se apuntó a clases de teatro en un centro cultural. La gente del centro era otra cosa: allí oyó hablar de Calderón de la Barca, Molière, Brecht, del teatro primitivo con máscaras… poco a poco, y después de los ensayos, fueron surgiendo las tertulias y las cenas entre compañeros. Y conoció a Martín, “una relación sanadora”, como ella misma lo define, un hombre completamente diferente a todos los que había conocido hasta entonces: recién divorciado, no quería ninguna relación seria, pero estaba abierto a dar y recibir desde el centro mismo del placer con un compromiso basado en vivir el presente.
Martín fue el primer hombre que la hizo sentir limpia en mucho tiempo, y fue también el primero que, sin decirle una sola palabra al respecto, le hizo comprender que la decisión de dejar a Enrique había sido correcta. Más importante que eso: le hizo comprender que no tiene ningún sentido cargar con el sentimiento de culpa que surje de la pauta social impuesta y autoimpuesta, de que una mujer que deja de amar debe ser castigada. Que era lo que había estado haciéndose hasta hacía muy poco: autocastigarse.



A partir de ese momento la vida de Pilar comenzó a cambiar. Fueron cambios rápidos y radicales, y de la misma manera en que durante largos años la vida parecía conspirar en su contra, ahora todo empezaba a serle favorable. Tardó años en comprender que no había ninguna magia en ello: simplemente, había cambiado su percepción. Había sido ella misma quien, habiendo llegado al fondo de su propio abismo -todos tenemos un tope, y Pilar no conocería el límite de su resistencia hasta llegar al fondo- decidiera reflotar.
Aquel viaje al pueblo de su padre no sólo le había devuelto la fuerza, sino que le sirvió para que su hijo el pequeño se encontrara también a si mismo. Un día, al volver a casa, el muchacho le dijo que le hacía ilusión irse a vivir un tiempo con sus primos a Jaén: “Al principio me dolió mucho, pero luego, al ver la buena voluntad de mi hermano y el buen rollo que tenían los niños, le dejé ir”. Hoy día y ya recuperado completamente de la droga, colabora en el proyecto HOMBRE y está acabando el FP. Su hijo mayor ha montado una pequeña empresa de transporte que hace traslados de material para bandas de rock: “Bueno, llevan poco tiempo -se ríe- pero de momento hacen buen dinero con lo de Benicassim.”
Llevo la historia de Pilar desde hace lo menos dos años. Comenzó con el Tarot y ahora mismo está interesada en trabajar con Educación de las emociones, 40 días de trabajo e instrucción para el ordenamiento de su nuevo proyecto de vida. Le falta sólo un año para conseguir su título de mediadora, y ha encontrado un nuevo compañero con el que se siente plena: “Sin promesas”, como ella misma dice, convencida de que el futuro no se construye en base a un deseo siempre proyectado hacia adelante, sino en la vivencia misma del presente, y a diferencia de otras personas que intentan retener a su pareja mediante recursos muy poco eficaces, Pilar apuesta por el lema de una canción:

Si amas a alguien, déjalo libre
y si te ama volverá.

Una decisión muy inteligente, ya que hasta ahora él siempre ha regresado... ¿Cómo no iba a hacerlo, con semejante mujer?




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