12/11/10

La vida: un camino de ida y vuelta


"Lo terapéutico seria ayudar a la persona a tomar conciencia de lo que desde su esencia realmente desea, de modo que pueda observar la duda desde una perspectiva más profunda y amplia, desde una perspectiva donde la duda puede desaparecer o puede ser reformulada desde un enfoque no mental. En segundo lugar identificar las anclas o patrones que frenan su realización integral y ese impulso interno en particular y elaborar con ella un método de trabajo que le permita concretar lo que su voz interior le pide".

Un artículo de Veet Pramad

Así como, a partir de los años 60, una nueva generación de astrólogos transformó la astrología adivinatoria y fatalista en un instrumento de autoconocimiento, algo parecido está sucediendo con el Tarot. Cada vez son más los tarotistas que se dan cuenta que hacer previsiones más que ayudar, dificulta el crecimiento personal del individuo. Este crecimiento tiene un punto de arranque: Responsabilizarse por la vida que uno tiene. Y qué responsabilidad (y por lo tanto libertad) puede tener un individuo cuya vida futura puede ser predicha, es decir, que no depende de sus iniciativas sino de ajenas y misteriosas fuerzas. Cuando hacemos futurología estamos impidiendo que el individuo se responsabilice por su vida, le estamos dificultando su crecimiento. Estamos haciendo un trabajo anti-terapéutico. La visión adivinatoria y la terapéutica son, pues, excluyentes.
En este proceso evolutivo del Tarot, como no podría dejar de ser, surgen todo tipo de propuestas. Desde las que continúan siendo adivinatorias con un barniz terapéutico echando mano de otros elementos como esencias florales, limpiezas energéticas, afirmaciones positivas, oraciones, etc. hasta las que son realmente de cuño terapéutico partiendo de la base que todo cambio tiene que suceder primero dentro para que se dé fuera. Para trabajar con Tarot Terapéutico es muy conveniente entender que la vida es como una carretera de ida y vuelta, donde van y vienen situaciones.
La ida: Vamos o intentamos ir “palante” a partir de nuestras decisiones -o indecisiones, en cuyo caso estamos casi garantizando que vamos a ir para atrás como cangrejos. ¿Y de que manga nos sacamos las decisiones? Pues de nuestras creencias. Las creencias en 1º lugar son subjetivas, cada uno cuenta su vida como le fue. Algunas fueron colocadas por los padres de una manera más o menos explícita: ¡Tú no sirves para nada! ¡Tú no mereces cariño! ¡El trabajo no es una diversión! Siempre son producto de las primeras experiencias. Si nuestras iniciativas (de orden emocional, instintivo o mental) eran aprobadas y festejadas en la casa paterna el niño transpone esas cuatro paredes para el mundo y cree que el mundo está esperando que se exprese para aplaudirlo. Si las iniciativas eran reprimidas el niño va construyendo la creencia de que ser espontaneo es sufrir y verá el mundo como un entorno hostil. Aunque ambas creencias son objetivamente falsas la primera ayudará al niño a expresar y desarrollar sus talentos facilitando, como efecto colateral, el éxito profesional mientras que la segunda lo deja inhibido y en todo caso lo predispone a fingir.
No por ser subjetivas las creencias son menos poderosas pues, a diferencia de una ecuación matemática, están nutridas por la emoción dominante en el momento en que esa creencia fue incorporada a la mente. El miedo a sufrir sostiene la creencia: Si soy espontaneo me van a rechazar.
Claro que no vamos a discutir creencias con nuestros consultantes, discutir creencias es generalmente tan subjetivo como discutir futbol o religión. Sin embargo, son las creencias las que dan forma a los patrones de conducta, patrones que aprendimos a actuar desde nuestra infancia para tener un mínimo de amor o por lo menos de aprobación o por lo menos de que nos hicieran caso, pues generalmente el niño prefiere que su mamá le haga caso con la chancleta en la mano a que simplemente lo ignore. Estos patrones cristalizaron de tal modo en la personalidad que hoy los actuamos de una manera automática e inconsciente aunque las situaciones sean diferentes. Al bloquear la expresión de nuestra espontaneidad, la vida pierde la gracia, pues lo que le da gracia a la vida es hacer lo que viene de dentro.
Estos patrones sí pueden ser identificados y discutidos pues nuestro consultante puede comprobar en su historial de vida como ellos lo llevan a sufrir y bloquean el proceso de su realización integral.
Hacer lo que viene de dentro significa reconectarse con el Ser Esencial que desde nuestro centro lucha para, atravesando capas de emociones e impulsos instintivos reprimidos, tensiones corporales crónicas, creencias, dudas e otros ruidos mentales, pasar a la acción. Si el mundo está como está es debido fundamentalmente a la perdida de esta conexión de una buena parte de la humanidad.
La vuelta: Lo que nos llega. Siempre nos han contado que lo que nos llega nos lo mandan. Es la voluntad de Dios, dicen cristianos y musulmanes. Dios hace sufrir a quien ama, dice el Talmud judío. Es tu karma, los hindúes. Es la respuesta del Universo a tu pensamiento dominante y tú nada tienes que hacer sino alinearte con ese pensamiento/deseo nos dicen los autores “El Secreto”. Así, de una manera u otra el agente actuante está fuera y no dentro. Continuamos escapando de la responsabilidad sobre nuestra propia vida.
Responsabilizarnos es entender que lo que nos llega nosotros lo atraemos, no nos lo manda nadie. Y atraemos exactamente lo que necesitamos para crecer. Atraemos las circunstancias que nos pueden llevar a entender algo de nosotros mismos de lo cual no teníamos conciencia.
La fuerza mayor que existe por detrás de todos los seres vivos es la que hace que la semilla se transforme en un árbol lleno de frutos. La que hace que el ser llegue de su estado potencial al estado de completitud. En los seres humanos es la fuerza que actuando desde nuestro inconsciente lleva al niño, desarrollando totalmente sus talentos, a ser un adulto completo, fructífero y feliz. Ojo, esto no quiere decir que lo que atraemos sea agradable, muchas veces es un dedo que toca la llaga. Y eso duele pero nos obliga a tomar consciencia de una herida y nos da la posibilidad de curarnos. Claro que muchas veces mordemos el dedo sin percibir que el problema no es el dedo sino la llaga. Sufrimos si lo que atraemos no se corresponde con las expectativas mentales y celebramos si se corresponde, sin darnos cuenta que mientras no curemos la llaga atraeremos dedos y más dedos...

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